En 1842, Edgar Allan Poe bajo los efectos de algún estupor opiáceo, una creatividad alcoholizada o los síntomas de una romántica enfermedad venérea tan de moda en la época, escribió la Máscara de la Muerte Roja, un cuento que nos narra la historia del príncipe Próspero quien, en medio de una plaga que ha decimado a la población de su reino, se encierra en su castillo junto a mil personas más, todos ellos representantes de la nobleza. Abastecidos de suficiente comida y bebida para durar años sin contactarse con el mundo exterior, los huéspedes del príncipe viven en un eterno ágape, repleto de alcohol, comida y vaya uno a saber qué otras cosas para alterar los sentidos, avivar los placeres más oscuros y hacer llevadero el tiempo de encierro. Y es que ha decidido hacerlo con la clara intención de disfrutar el encierro mientras la plaga purga a la población impía de su reino mientras ellos se mantienen encerrados en su propio mundo, ajenos a las carestías y a las cuantiosas pérdidas huma