La segunda temporada de El Mandalorian ha llegado a su fin, consolidando a la serie de televisión en la cima. Esta serie ha venido a calmar las aguas turbulentas, a disipar la niebla que hacía incierto el futuro de Star Wars a la sombra de Disney en especial por lo vituperada que fue la última trilogía producida a cargo de la siniestra casa del ratón antropomorfo, que buscaba agradar a los fanáticos recalcitrantes de la trilogía original y al mismo tiempo atraer nuevos seguidores. El monstruo deforme en el que se convirtieron los episodios 7, 8, y 9, dejó a la diabólica casa del ratón en la imperiosa necesidad de encerrarlo en una parte un tanto alejada del consciente colectivo y de una u otra forma hacer olvidar tan amargo trago que para muchos representó el final de la saga de la familia Skywalker. Cuando se le dio luz verde a Favreu para producir una serie parte del universo extendido de Star Wars, es válido suponer que no muchos dimensionaban el fenómeno en el que se convertiría dicha serie. Llena de referencias y con una música digna del mejor spaghetti western, unos efectos especiales y visuales de gran calidad, una dirección y un argumento de primer nivel, junto con la misteriosa vida y personalidad del protagonista encarnado por Pedro Pascal, el actor fetiche de moda, y una pléyade de estrellas en papeles secundarios mezclados con la inocencia, la “lindura” del Baby Yoda (Grogu no suena tan “cute”) cuya relación con Mando nos hace recordar a El Lobo Solitario y su Cachorro, hicieron de esta serie un éxito instantáneo y provocaron que los espectadores anticiparan ansiosamente el lanzamiento de temporadas posteriores.
El cerebro detrás del éxito de la serie es
conocido para muchos por ser el responsable de lanzar el universo
cinematográfico de Marvel al dirigir la primer película de Iron Man e interpretar
a Happy Hogan, el guardaespaldas de Tony Stark, y por haber sido productor
ejecutivo de las películas de Avengers. Para el siniestro ratón Miguelito era
una apuesta segura el darle rienda suelta a su creatividad para hacerse cargo
de la primer serie live- action de Star Wars. Lo que era una historia secundaria
dentro del vasto universo con muchas partes aún sin explorar de la galáctica franquicia, se
convirtió para muchos en el plato principal por lo desabrido que resultó la
saga de Rey y sus amigos, y la manera poco efectiva que tuvieron de balancear
las historias de los pesos pesados de la ya clásica primer trilogía con los
chicos nuevos. Si nuestro productor y director favorito pudo convencer a Rudy
de que no abandonara el equipo de práctica de Notre Dame y renunciara a su
sueño de alinear con el equipo principal, bien puede convencernos que un vaso
de agua tiene la más alta concentración de midiclorians en el universo y hacer
de dicha historia una saga interesante. Bien podría comenzar la nueva trilogía
con Finn despertando en el desierto de Jakku luego de estrellarse. Él repara el
TIE Fighter y huye en busca de otro planeta donde pueda ocultarse al tiempo que
dice “qué sueño tan extraño tuve” y mientras la nave salta al híper- espacio,
perdiéndose en la fría oscuridad interminable del universo, y la historia
principal, como la contaría Favreau comienza. Y es que no es posible el aceptar
el siniestro destino que en el futuro enfrentará Baby Yoda. Esperemos pues que
la tercer temporada nos tenga tan agradables sorpresas como la segunda y la primera, y que
la calidad de la serie no caiga en el Síndrome Benioff y Weiss y termine siendo
una caricatura de lo que originalmente fue, pero si alguien lo puede evitar ese
alguien es el Midas Favreau, quien en estos momentos tiene las llaves del reino
y las esperanzas de cientos, miles, si no es que millones de warsies alrededor del
mundo.
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