Una de las mejores plumas del género fantástico hoy en día, o por lo menos una de las más populares es la de George R. R. Martin, y es que ese viejito bonachón y regordete que siempre está sonriendo y que habla en un tono a veces tan dulce y suave como su pronunciado abdomen creó una serie de libros que se han convertido en unos monstruos de la literatura fantástica de los últimos 24 años. Cinco libros publicados en ese universo lleno de traiciones, incesto, violencia y esos toques irreverentes de porno gore que fascinaron a más de un lector durante la menguante década de los noventas, y a principios del nuevo milenio y que, gracias a los productores Weiss y Benioff, ese universo alcanzó una fama monumental. La serie de televisión se convirtió en un monstruo gigante, un Kraken que rondaba rampante los siete mares, devorándolo todo a su paso, y cuando ya no había nada más que devorar, terminó devorándose a sí mismo. Volaron tan cerca del sol y al final se chamuscaron las barbas. Caso contrario, los libros mantienen la soberbia calidad que caracteriza a las letras de Martin, un hombre tan dedicado a su arte que pareciera tomarse más tiempo en escoger las palabras adecuadas para formular el enunciado correcto, que el que le toma a un caracol cruzar un jardín en una mañana de fresca brisa veraniega.
En esta particular ocasión no hablaremos de Canción de Fuego
y Hielo, o de Vientos de Invierno que está aún por terminarse pues los rumores
dicen que cada que se habla de ello una página escrita se desvanece en el aire,
o de esa serie de televisión que a más de uno le provocó un enfado al final.
Estas líneas son dedicadas a otra obra del popular escritor: El Dragón de
Hielo. Una breve novela infantil (tan infantil como puede ser algo salido del
cerebro del gemelo malvado de Santa Claus) cuyos protagonistas son una niña de
nombre Adara y un amigo muy peculiar, un dragón de hielo. Ella es una hija del
invierno tan escueta y parca en sus emociones como un actor de La Rosa de
Guadalupe, vive junto a su padre John, sus hermanos Teri y Geoff en una villa
de la cual no conocemos el nombre, en un reino del cual no conocemos el nombre,
en una guerra de la cual no sabemos nada. A primera vista parece ser una niña
retraída, que oculta sus emociones del mundo y de su familia y que termina
creando un lazo afectivo muy fuerte con un dragón tan frío como el más crudo
invierno, y cuya frialdad complementa la suya. Así como un niño crea lazos con
un cachorro, así mismo los crea Adara con su amigo dragón y cada estación ese
vínculo tan especial se fortalece. La novela se centra en esta relación, y en la
relación (o la falta de la misma) con su familia. Mientras la historia avanza,
hay ciertos elementos y escenarios similares a Canción de Fuego y Hielo que se
filtran como minúsculas partículas de polvo a contraluz en la historia pero en tonos
bastante más claros que los de ya tan conocida saga. Aunque de forma reiterada
el autor ha negado que dicha obra se sitúe en el mismo universo que Canción de
Fuego y Hielo, el ojo ansioso y clínico del aficionado provoca que al leer
entre líneas nos imaginemos que nuestra heroína y su familia son westerosi, y
que esta historia bien se pueden situar milenios antes de la historia
principal… aunque bien pueden ser efectos derivados de la ingesta de leche de
amapola, o de analizar exageradamente las cosas.
Es pues, El Dragón de Hielo una lectura ligera que bien
ayuda a calmar las ansias por esa lejana e incierta publicación de Vientos de
Invierno. Podemos reconocer en las poco más de 120 páginas la fortaleza, la profundidad
y la voluntad de hierro que Martin ha sabido imprimirle a sus personajes
femeninos, y aunque suene atrevido podemos poner al personaje de Adara a la par
de otros tan importantes e icónicos como lo son Daenerys Targaryen o Arya Stark,
pues su historia es trágica, y la suya es una breve canción que vale la pena
entonar.
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